viernes, 18 de marzo de 2011

Siempre fuiste Carlitos -A mi padre-



Papá, a pesar de las peleas inútiles acerca de política, el destino me hizo testigo de tu agonía, del último suspiro, y te fuiste, tragando la última sopa de un sorbo, con una sonrisa y con esa esquelética imagen de lo ineluctable, apenas oculto entre bromas y el zorro en la televisión, con el sargento García haciendo de las suyas, justo en el instante inicial, cuando Estudiantes metía un gol. (De la brujita)
Y los pañales descartables, que sitúan a Borges en el colchón de las metódicas servidumbres, con la escoria de de la carne viva, con esa pierna atada a lo barrotes de la cama.
Tu dignidad podía mas, estabas en otro lugar, tu gemelo, hijo del laberinto, ya te había indicado el camino.
Siempre fuiste Carlitos.
-Se lastima, dice la enfermera. -Por eso tenemos que atarlo.
-¿A quien? Pregunté.
- A Carlitos, me contesta con sorpresa.
¿Cómo se puede atar el alma si ya no estabas ahí?
-Clínicamente Carlitos está bien, dice el doctor, cuando ya dejaste de ser, paciente.

Y tragando la sopa de un sorbo, sopera sopa de letras no pronunciadas, sabiendo que era el último alimento y embriagando las pupilas con el enorme sol que entraba por la ventana del quinto piso de la clínica, un testamento de luz, en cama ajena, aquella que tocó en suerte.
No te sorprendió la muerte que esperabas con alguna ansiedad, en la última y seductora cita.
Sí, vos la querías, tanto y tanto la querías.
¡Mienten aquellos que dicen que el sol y la muerte no pueden verse a la cara!
Mienten descaradamente, yo fui testigo, de sus blasfemas palabras, de sus inútiles perjurios, que ya se hundieron, para siempre, bajo los terrones de la húmeda y fría azúcar negra.
Tus nietos nunca te vieron beber la sopa- me lo dijeron- siempre te escucharon gritar el gol de tantas copas.
Siempre supieron que el nombre del abuelo era y es Carlitos.
Te oímos llorar, de puro macho, con el tinto en la garganta al ritmo del dos por cuatro, de la almohada bandoneón del gordo dormilón y, (dicen), en el zaguán con la trompeta de Satchmo y, en el hogar del minotauro, con yellow submarine, detrás del estadio.
Y te fuiste a Medellín, desde donde la voz canta mejor y el hollín no tizne la flor en el ojal, y fuiste soldado en la banda de patrulla americana, y ya, jardinero del cielo, sembraste el más bello naranjo en flor.
Y cantaste con tu afinada voz, la primera canción de cuna, para el nieto que aún estaba en el nido, antes que la madre sepa.
Y ya, transitando el camino de los “eternautas”, un amigo de las estrellas, te dijo, con voz compinche, casi al oído: siempre fuiste, Carlitos…

Marcelo
16/3/2011

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